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jueves, 30 de junio de 2011

¿Cómo empezó el desastre?



Hola amigos;
 Os envío un artículo de García Calvo, de una serie de 15 publicada en El País hace 20 años, en los que ya anunciaba que el sistema era insostenible, fundado en el absurdo y la abstracción, y a quien, por supuesto, nadie hizo caso entonces y nos encontramos ahora casi siendo esos "bisnietos" imaginarios a quienes enviaba esas cartas de aviso e indignación, de hecho la serie se llamaba "Avisos para el derrumbe".
 
¿CÓMO EMPEZÓ ESTE DESASTRE? (Agustín García Calvo)

19 de Mayo de 1991. Queridos bisnietos: y ¿por qué sería esto de que, cada vez que echaba los ojos a lo lejos para escribiros, me os aparecíais con cara de niños siempre, furiosas tal vez y recriminadoras, pero de niños? Y eso que bien sabía yo que, cuando llegarais a leer mis cartas, si alguna vez llegabais, andaríais más bien provectos y cincuentones seguramente, o tan viejos acaso como yo cuando os escribía.

Pero no, pero es que, sin embargo, yo tenía que veros siempre como niños (¿no lo entendéis?), porque es que no podía ser que, después de tanto, siguierais naciendo y naciendo impenitentemente para seguir envejeciendo y haciéndoos adultos y aprendiendo, a fuerza de golpes contra el vacío, la resignación a la servidumbre: que no podía ser que vinierais vosotros a ser herederos de mi vejez y de mi experiencia, sino herederos de mi niñez y de esto nunca del todo hecho que seguía latiendo bajo la persona, bajo la máscara de cartón endurecido.

Así, durante este rato, que le había dado orden a la enfermera de que entretuviera a los moribundos que llegaran a consulta recitándoles en la antesala algunas fabulillas, este rato que me había guardado para vosotros, al echar la vista de los altísimos ventanales de esta torre, allá, Por un milagro de las lluvias tardías limpio el cielo de Mayo por cima de la peste metropolitana, veía casi como una imitación al natural de aquellas nubecillas, recortadas netamente, de barriguitas sonrosadas, que pintaban en sus fondos los primitivos de los renacimientos, navegando quietas hacia el punzón de plata de un lucerito en el azul tan levemente teñido de violeta, y allí veía vuestras cabecitas de por siempre niños, sólo que, claro, irremediablemente airadas y ceñudas, un poco como de ángeles del juicio, casi como dispuestos a convocarnos a los cadáveres, sobre una nava de Josafat inmensamente abierta, a rendir cuentas de nuestras muertes insensatas.


Porque es que, al mismo tiempo, no podía olvidarme de ese mundo que os habrá tocado, de cómo andaréis ahora ajetreados y sudorosos, tratando de limpiar las tierras y los ríos de las mierdas gigantes con que el Capital os las dejó cagadas en sus últimos pujos de fantasiosa prepotencia y penando por desmontar lo más de prisa y con el menor daño los enormes tinglados de información y planificación con que el Estado había querido en sus últimos delirios organizar las almas y los mundos, y bregando por abrir entre los escombros caminos de sentido común por donde pudiera volver a vivir y a pensar la gente.


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